Como muy acertadamente dijo una vez mi señor padre, mi vida no es tan triste como para desear desesperada y desenfrenadamente irme de vacaciones. De hecho, suelo preparar las cosas a último momento y volver antes de lo planeado debido al mal humor adquirido durante los primeros cuatro días. No soy simpatizante de comer mucho y mal, la arena en los ojos, los cúmulos de gente calurosa, el pelo reseco por la sal marina y demás deleites de los destinos tradicionales-vacacionales.
Mi próximo receso será el más anti que alguna vez haya tenido, y parece muy prometedor eso de la playa privada, el gimnasio, la pileta, el apart sobre la playa, blabla, varias cosas tilingas a enumerar. Pero no les prometo nada, y seguro que la semana que viene tendrán noticias de como necesito volver a inyectarme mi rutina de asfalto. Ah no, todavía no me fui
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