lunes, 3 de agosto de 2009

Fathers, be good to your daughters

Si creen que yo soy histriónica y caradura, no conocen a mi papá. Mi padre necesita llamar la atención constantemente y le encanta hacerlo de las maneras más sinvergüenzas: ventilar intimidades sin ningún tapujo, contar las anécdotas más bizarras o hacerle bromas pesadísimas a quien sea, el objeto es lo de menos siempre y cuando se cumpla su objetivo. Por ejemplo, les cuenta de sus affaires con mujeres fatales y seres intraterrestres (sí, según él, no son extraterrestres porque viven dentro de la tierra y son todos unos ignorantes que no ven lo que él, por la gracia divina que algún estrato superior en la cadena evolutiva le concedió) a mis amigos, de su experiencia durante la guerra de Malvinas a sus clientes y de cómo se bajó el kilo y medio de chocolate en rama que le traje de Bariloche en una noche para no compartirlo con su novia a... ella misma.
Pero su especialidad es improvisarles mini historias traumáticas a desconocidos que se escandalicen fácilmente. El jueves pasado se superó a sí mismo contándoles a las chicas que trabajan en su oficina que se sintió orgulloso cuando me metí innumerables piedritas de pecera en la nariz porque le recordé a su pasado cocainómano y afirmando que soy la persona más cínica, fría y ácida que conoció en su vida. Aunque el clímax fue la cara de la pobre e inocente empleada al escuchar a mi papá "confesarle" que mi hermana de quince años es lesbiana y tiene una novia que se llama Celeste.

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