miércoles, 6 de enero de 2010

Fat bottomed girls you make the rocking world go round (and that's why I'm throwing up)

Derribemos otro mito minita, pero esta vez proveniente de la subespecie de la raza femenina que más detesto: las histéricas con sobrepeso que arrasan con los hidratos simples y limpian su culpa alegando que "las mujeres reales tienen curvas", "a los hombres no le gustan las esqueléticas" o "no quiero ser piel y hueso".
Pff, give a me break, ridículas, mentirosas, sinvergüenzas, mujeres. La mismas expresiones que usan como eufemismos para ocultar el por qué no encajan (literalmente) con lo que les gustaría ser las delatan: "rellenita", "con unos kilos de más", "excedida de peso". Todo en su discurso empalagoso indica que hay algo que sobra, que no es necesario pero permanece ocioso, que cuelga sin pudor y con tan poca gracia como sentido tiene intentar hacerlo ver coherente. Porque si estas infelices realmente creyeran que es correcto aniquilar plantaciones enteras de algodón para vestirse, no intentarían justificarse ante acusaciones invisibles. Nadie te preguntó cuál es tu canon de belleza, por qué reprobaste Geometría de segundo grado y no entendés que "curva" no es sinónimo de "cuerpo sin una forma armónica, agraciada ni definida, porque tu anatomía no racionaliza ni mide como incorpora grasa, menos si es con la tenacidad y velocidad que tu temible mandíbula ha demostrado que es humanamente posible" o cuál es tu fundamento empírico-racional para decir que las gorditas (así, con ese diminutivo repulsivo) son más simpáticas. Pero explicame qué carajo hacés con la simpatía, oligofrénica? Servís para oficiar de maestra jardinera, para ser la mejor amiga de la protagonista en una comedia romántica trillada, para trabajar en McDonalds?
Haceme el favor y no te adjudiques virtudes no inherentes a tu condición de tragona imparable. Lo único que hacés es intentar fallidamente balancear con ficticios dones positivos lo que vos misma estás catalogando como debilidad, defecto, problemita. Tan obvia, tan triste, tan vomitiva. No quieras convencerme de que sos feliz y que el problema lo tienen los demás, que sentimos como nos queman los ojos con tu exhibicionismo innecesario y asqueroso y nos tapamos los oídos para no escuchar tu cháchara repetitiva sobre cómo nunca dejarías de entrarle a las grasas saturadas y que sentís lástima por las chicas extremadamente flacas. Al menos ellas no pretenden evangelizarme y convertirme en parte de su secta, como ustedes hacen alentando al resto a ingerir hasta que las arterias implosionen. Si estuvieras tan conforme con tu aspecto físico sería redundante que me cuentes lo bárbara que estás, porque ya me hubiera dado cuenta. Y perdoname por malinterpretarte, pero lo único que veo es una patética estrategia para evitar el ataque que sabés que se avecina con la mejor respuesta: la defensa anticipada.
A mí no me engañas, hiperglucémica embustera. Y tenés toda la razón del mundo en creer que la aceptación no crece en los árboles, cuesta horrores conseguirla. Y la autoaceptación requiere todavía más trabajo. Así que focalizate en eso y dejá de inventar revelaciones tan poco probables como que la dieta te deprime y estás espléndida con tus protuberancias adquiridas a base de comestibles aceitosos. Que todavía no se inventaron las tomógrafos para detectar la belleza interior que crece a un ritmo soprendente cuando seguís engulliendo de esa manera y el ensanchamiento de las caderas es observable a simple vista.

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